Me puse las gafas de sol y en cuanto abrí los ojos pensé que tal vez había sido un error. A punto de anochecer en un día tan encapotado y gris no era cosa de andar medio ciego por la vida, sin embargo, como tampoco era cuestión de reconocer públicamente mi error, avancé con toda la dignidad que fui capaz de reunir rogando a los dioses que tuvieran a bien mantenerme a salvo de obstáculos y personas.
No debieron ser de su agrado mis ruegos por que unos cien metros después me había abierto la ceja tras chocar con una estúpida farola, ubicada en medio de la acera a modo de trampa, y un señor con muy mala uva me había atizado un puñetazo en la boca del estómago por pisar a su perrito, un animal bastante desagradable, ladrador y muy nervioso al que no pude esquivar.
– ¿Es usted ciego o imbécil? – me preguntó el propietario del ruidoso perrito con mucha educación.
– Imbécil – respondí sincero pues de todos es sabido que yo, Tuz Kutimon, no miento jamás, salvo en las contadas ocasiones en que no digo la verdad.
El puñetazo fue tan fuerte que casi se me sale el estómago por la boca. Caí de rodillas y me quedé sin aire boqueando como un pececillo fuera del agua, llorando de puro dolor.
– ¿Por que no le ha dicho que es usted ciego? – una amable anciana se acercó para ayudarme mientras el resto de la gente me miraba con curiosidad y asco, estaba llenando la acera de sangre y baba. La anciana me ofreció un pañuelo para limpiarme la ceja abierta y, tras unos segundos, me incorporé con dificultad y resoplando pesadamente.
– No le he dicho que soy ciego por que no lo soy señora – había anochecido y no sabía muy bien donde estaba la buena mujer así que hablé hacia la dirección que me pareció más probable.
– Ya entiendo – me cogió la cara con ambas manos para dirigirla hacía donde estaba ella – no creo que el buzón tenga mucho interés en lo que tenga usted que decir, en cambio yo si ¿no miente usted por principios o porqué no sabe?
– Oh no por los dioses. Claro que sé mentir, es sólo que no quiero hacerlo – afirmé muy serio
– Se hubiera ahorrado usted un buen puñetazo hijo mío
– Si señora, pero mi ceja seguiría abierta y sangrando, mientras que el puñetazo apenas me duele ya. Me desagrada mentir, cada vez que lo hago me siento como si no dijera la verdad.
– Es usted más agudo de lo que parece señor Kutimon.
– Así es señora, y si me pongo de perfil se me nota más ¿lo ve?
– No señor Kutimon, está demasiado oscuro para ver nada.
– Verá señora, mentir es un proceso desagradable y adictivo, además de resultar socialmente antiestético. Cuando uno empieza a mentir, aunque sea por una muy loable razón, se va enredando en una red enredada de la que luego es muy difícil desenredarse. Mientes un poquito por aquí y otro poquita por allá y al final mientes más que hablas y lo peor es que no sabes como has llegado a eso.
– Me gusta usted señor Kutimon
– ¿No me estará mintiendo? – ya ven, tanto hablar de mentiras me había vuelto algo suspicaz
– Jajaja por los dioses, no señor Kutimon, no le miento. Además ya sabe lo que dicen, se coge antes a un mentiroso que a un cojo.
– No sé… hay cojos realmente rápidos
-Y mentirosos muy lentos, no es una cuestión de velocidad señor Kutimon
– Cuanta razón tiene señora, es mejor un cojo con imaginación que un mentiroso lento
– Y los dioses nos libren de los cojos mentirosos – dijo mientras hacía un gesto para alejar el mal de ojo
– Amén a eso. Qué gente mas desagradable – respondí con cara de asco
– Dígame señor Kutimon ¿Tiene usted licencia?
– ¿Para qué?
– Para cazar
– ¿Cojos o mentirosos?
Resultó que la buena señora tenía un estupendo coto privado de caza donde los mentirosos se habían reproducido mucho y vivían en libertad controlada, eso si, mintiendo a todas horas. Decían mentiras, respiraban mentiras y hasta cagaban mentiras, de haber sido un parque temático aquel lugar se habría llamado sin duda, Mentirolandia. Dos veces al año se organizaban selectas monterías en las que la buena mujer, que resultó ser asquerosamente rica, reunía a un escogido grupo de invitados que durante dos días se dedicaban a la caza y derribo del mentiroso. Desgraciadamente no pude ir por que ya tenía un compromiso previo, un estupendo viaje temporal, hay que ver cuanto me gustan, para ver a mi viejo amigo el general Agripa.
Con una mentira suele irse muy lejos, pero sin esperanzas de volver
(Proverbio judío)
El que dice una mentira no sabe que tarea ha asumido, por que estará obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de esta primera
(Alexander Pope, poeta inglés, 1688 – 1744)